Magnolia (y Rodolfo)

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Magnolia llega a su casa después de un arduo día de trabajo. Un día que se sintió exactamente como el anterior, y el que le precedió. El departamento le recuerda a Rodolfo. Está por todas partes, todos los rincones en que se desvistieron con violencia e hicieron el amor salvajemente; cuando el sexo era el pan de cada día. Ahora la realidad era distinta, no había Rodolfo ni sexo.

 

No era que Magnolia sintiese que necesitaba a Rodolfo. No. Pero echaba de menos lo que había construido con él, una interesante unidad. Un engendro de sujeto que era alimentado por ambas partes. Había una tranquilidad permanente. No era tampoco que la totalidad de la vida tenía sentido, pero todo parecía ir bien.

 

Llevaba dos años sin tener ningún tipo de relación seria después de Rodolfo. Magnolia se había mudado ya tres veces. No recordaba el cumpleaños de Rodolfo, olvidó el día exacto. Sabía que era por ahí por finales de diciembre. Pero no importaba más. Una vez, viendo una vitrina en el mall distingue su silueta contra el reflejo del vidrio. Lo ve moviendo los brazos como llamando a alguien, y aparece ella. La sin nombre, pero con importancia. Salía de una tienda de artículos de bebé y Rodolfo se acerca a tocarle la pancita.

 

Magnolia sale rauda del lugar, un poco atontada por la imagen. Habían pasado dos años, pero para ella la vida de Rodolfo se detuvo cuando terminaron su relación. Obviamente tenía que seguir su vida, conocer otras mujeres, encontrar a la que le correspondía. Magnolia caminaba borracha de confusión. No le importaba la sin nombre, ni la guagua…

 

Llegó al departamento con la resaca de la realidad. Se mira al espejo, se toma la cara. No llora. Sólo se siente un poco extraña. No eran celos. Se alegró por Rodolfo, desde hacía tiempo pensaba en ser padre, y ella se reía de él. Eran muy jóvenes para pensar en eso, era más importante llegar a un estatus de éxito. Pensó en Rodolfo todo el día. Al día siguiente todo volvió a la normalidad: rutinario, vacío, sin mucha importancia.

 

Magnolia era una náufraga de la vida moderna. Absorbida por la necesidad necia de demostrar que tenía cerebro. Ella lo sabía, sus amigos lo sabían, nada más importaba… pero ella intentaba ir más allá. No le bastaba con esa seguridad.

 

Magnolia se preguntaba, a veces, por qué era tan difícil conocer otros hombres e intentar hablar con ellos. De cualquier cosa. O salir a caminar una tarde cualquiera. O juntarse a ver TV o comentar las noticias. Magnolia creía firmemente que los seres humanos no deben estar solos, pero finalmente pareciera que la humanidad misma luchaba por la individualidad extrema, las mañas enfermas… para frustrar y sabotearnos a nosotros mismos durante la búsqueda, encuentro o letanía con respecto a un Otro.

 

A Rodolfo se le hizo más fácil que a ella. Rodolfo no se complicaba por nada. Era simple. La complejidad era la compañera constante en la siquis de Magnolia. No buscaba lo simple. Lo simple es más seguro, no cuenta con tanto riesgo y está a la mano. Magnolia se internaba en los dédalos de las personalidades más heridas y buscaba amistad con los corazones rotos. Estaba cansada. Despertar era una necesidad vital, biológica, más que de sus ganas de seguir pisando la tierra. A veces pensaba que tenía mala suerte; otras, que no sabía elegir; y algunas cuantas esperaba, y esperaba la nada misma… entre almohadones fragantes de otros cuerpos, que pasaron sin importancia, entremedio del vaivén… esperaba, y nadie llegaba. Hasta que un día tocaron la puerta. La quiso abrir y la habían cerrado por fuera. Con doble cerrojo.

2 responses »

  1. Buscando a Julia Kristeva, encontré tu blog. Me quedé leyendo los relatos y me gustaron mucho, es ágil la escritura 🙂 Ojalá pronto subas algún otro escrito. Un abrazo.

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